Suerte echada

  Suerte echada

Alguna vez fui un hombre muy distinto.  Hoy mi piel está curtida por las noches a la intemperie, y como ya soy un anciano, mi rostro está lleno de arrugas. 

 Tengo poco pelo, ya de color blanco, y estoy muy delgado.  Quién podría creer que tuve una figura atlética, que se ganaba las miradas de tantas chicas que iban a verme  jugar al rugby.   

Sí conservo mis ojos azules, pero ahora nadie los aprecia. Cuando me pasan por al lado, me esquivan la mirada. Nadie quiere involucrarse con el dolor ajeno, y mis ojos están llenos de dolor.  A lo sumo me miran de reojo, y me hacen una media sonrisa cuando dejan unas monedas sobre mi mano extendida.

Ya llevo largos años sentándome  frente a un gran mercado de la ciudad, casi que parezco parte de ese paisaje urbano.

Es increíble como la vida te pasa por encima.

Yo solía creer en eso de que uno es dueño de su propio destino, pero ahora sé que eso no es tan real ni tan fácil como parece.

Seguramente tomé malas elecciones en mi vida, y sí, que yo hoy esté acá, en la calle, es una consecuencia pero evidentemente éste era mi destino.

Hoy una jovencita se acercó y  preguntó mi nombre.

“Alejandro”, respondí. “Como Alejandro Magno, pero sin tanto reconocimiento.”

La hice reír, y eso es bueno.  A pesar de todo, mantengo una pizca de humor.

La chica me miró con ternura en vez de lástima.  Eso es un logro para mí. Muchas veces siento lástima de mí mismo.  Por lo que fui, por lo que pude ser, por lo que soy.  No necesito la lástima de nadie más.


Silvina G. Carreño




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